viernes, 30 de mayo de 2008

y otra vez una noche...

Cierro los ojos. Cuento hasta diez. Esta vez no hace falta concentrarme... Enciendo otro de mis pitillos. Recuerdo conversaciones sobre esto...

Y ahora que el Sol nos brinda una mañana esplendorosa y yo estoy aquí, en la soledad de mi habitación, escuchando canciones que recuerdan años atrás, cuando yo quería ser una Persona, me doy cuenta de que he echado a perder mucho tiempo. Algo que jamás recuperaré pero que está perdido en el recuerdo. Recuerdos dulces en algún momento y amargos en muchísimos otros. No por ello más o menos arrepentida, me pregunto tal noche como hoy ¿Esto es lo que quería llegar a ser?
Seguramente no, pero el camino recorrido no debe ser desandado. Nunca he tenido mentor digno de ser llamado como tal, ni padres que me pudiesen llenar con ideas diferentes cada día. A lo que debo la estima, si me es concedida, es a la gente que me ha rodeado en mayor o menor intensidad todo este tiempo. La gente sirve para mucho más que para relacionarse con ella, para pasar un buen rato y/o conseguir algo (como muchos piensan y desean). Por ello, por lo que soy, por lo que me he aprendido a valorar, he de daros las gracias. Por eso y porque se que al menos una de esas personas leerán esto. A otras, no por ello menos amadas, les diría muchas otras cosas, pero no tan agradecidas como esta.

Ahora se hace el silencio que envuelve esta triste soledad. Veo mi viejo poemario de Lorca. No lo abriré. Esta noche no toca pensar más en eso. Hoy no. Entraré en ese estado de inconsciencia al que algunos llaman sueño. Para otros como yo, non deja de ser un estilo de vida.

domingo, 25 de mayo de 2008

En la soledad de mi casa


Abro mi vieja libreta. Me concentro. Busco aquellos versos que con tanto sentimiento escribí. Escucho una canción cargada de acordes de guitarra que en lugar de notas, arrancan lágrimas. Lágrimas de dolor y melancolía para alguien con corazón. El humo de mi cigarrillo entra como un puñal en mi garganta quemándola, e invade el poco aire que queda en la habitación.
Poco a poco me dejo caer por fin en ese vórtice que con tanta fuerza un día me secuestró. Ahora recuerdo. Me acuerdo de haber perdido la cabeza alguna vez por amor, de ver pasar las horas alimentándome sólo de un pensamiento, de escuchar la lluvia golpetear mi ventana y derramarse por el frío cristal, al igual que rodaban las lágrimas por mi cara. De dejar que mi cuerpo siguiese un camino a ninguna parte mientras mi mente lo abandonaba inesperadamente, de dormir abrazada a mi almohada con la triste esperanza de que allí hubiese el calor de un cuerpo.
Pero sobretodo recuerdo todo aquello que escribí para desatar toda aquella pasión contenida en mí. No dejaban de ser palabras que se podía haber llevado el viento, pero en esos momentos decidí atesorarlas en unas hojas de papel. Y si, ahora puedo decir que ese sentimiento en mí ha muerto, que esas palabras se han desvanecido, que mi corazón ya no arde desbocado en una danza de latir desenfrenada, que ahora es tan sólo un mero recuerdo. Pero eso sería mentir, pues cuando abro ese libro, la caja de Pandora se desata, y toda esa ola de pensamientos regresan a mí, como un fantasma, dispuesto a atormentarme con su presencia. No con esto quiera decir que esté enamorada aún. Lo que ocurre es que es ahora cuando la melancolía hace acto de egregia presencia y roba mi paz. El amor que un día sentí me estaba matando, pero es tal su poder, que crea en ti un estado de abstinencia peor que cualquier droga en el mundo, aunque no te reporte nada. Lo que verdaderamente echo de menos es ese estado en el que no hay lugar para el narcisismo ni el ego, aquello que te hace pensar en otra persona, y la felicidad de compartir aunque tan siquiera sean dos segundos de un día que se te antoja largo y pesadumbroso, o una palabra que escuchas de esos labios con los que tanto has fantaseado. El no amarte más que a ti misma es muy cómodo y mucho mejor para la fuerza de una persona, pero es tan vacío...
Es ahora cuando echo un vistazo al camino recorrido y me detengo abrumada por la idea de que no hay nada que perseguir, pues allí donde confluyen todos los aspectos de mi vida, descubro asombrada que el estrecho camino de este sentimiento se ha borrado por completo, y nadie me dice si volverá.
A veces la tranquilidad que te da el estar sola es suficiente, pero no deja de haber ese hueco vacío que querría llenar, de una manera masoquista en este caso, con amor.

Cierro mi vieja libreta, escucho mi última triste melodía, apago mi último pitillo.
Me levanto del asiento en el que he pasado estos momentos de bohemia. Vuelvo al mundo. Vuelvo a ser sólo yo. Yo sola.